Instalar una persiana es una postura existencial frente al mundo y la posibilidad de cerrarla a nuestro antojo nos protege, a la larga, de la locura. En las casas de la Europa protestante, en particular en los países calvinistas, la ausencia de persianas y cortinas servía para demostrar al resto del vecindario que sus habitantes estaban en posesión de la virtud y, por tanto, no tenían nada que esconder. En aquella época había que comportarse de igual modo en público que en la intimidad y, además, demostrarlo. La vida privada era, pues, sospechosa y los solitarios, pecadores.
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