La familia es la “Iglesia doméstica”, es decir, un espacio de convivencia humana donde se hace presente la Iglesia fundada por Jesucristo. En la propia familia uno es amado por sí mismo, cada uno de nosotros es atendido cuando llegan los momentos de prueba. En la familia hemos nacido y hemos crecido al calor de unos padres y de unos abuelos que nos aman, de unos hermanos y de unos primos que nos han ayudado a crecer. En la familia aprendemos a amar. En la familia son atendidos particularmente los ancianos y los enfermos. Y cuando llegan los momentos de crisis, la familia es el recurso principal para sentirse apoyado y salir adelante. Y es que la familia pertenece al designio de Dios-amor sobre los hombres.
En este plan amoroso de Dios, la familia constituye un pilar fundamental de nuestra vida y de nuestra convivencia.
Según el plan de Dios, la familia consiste en la unión estable de un varón y una mujer, que se aman y se profesan amor para toda la vida. Unión santificada por la bendición de Dios en el sacramento del matrimonio, cuyo vínculo es fuente permanente de gracia y es irrompible, es decir indisoluble. Unión que por su propia naturaleza está abierta a la vida y suele desembocar en el nacimiento de nuevos hijos que completan el amor de los padres y constituyen como la corona de los padres.
Este plan de Dios –el plan de la familia– no ha sido destruido ni siquiera por el pecado original ni por el castigo del diluvio, con el que tantas cosas fueron a pique.
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