Estamos asistiendo, me parece, a un hecho histórico: el derrumbamiento del socialismo como alternativa política, y de su obra más redonda y nociva, el Estado del Bienestar. El epicentro de este fenómeno se está produciendo en Alemania, que acaba de aprobar un ajuste sacrificial a pesar de que su déficit público apenas rebasará el 5% este año, la economía ha empezado a crecer y mantiene una tasa de paro relativamente baja. El recorte de los subsidios encadenados a los parados de larga duración o la supresión de algunas subvenciones obscenas como las ayudas para gastos de calefacción reflejan el disparate alcanzado por el Estado filantrópico en la patria de Bismarck. Estamos ante una buena noticia. Aunque costará tiempo, y probablemente sangre, sudor y lágrimas, la retirada dolorosa del Estado protector abrirá paso a la responsabilidad individual en el destino de la propia vida, incentivará la puesta en valor de las aptitudes y capacidades personales y promoverá la creación de riqueza.
El Estado afronta hoy una tarea distinta de la sopa boba: estimular la búsqueda de trabajo y promover a los emprendedores y los inversores que lo crean. Para eso habrá que bajar impuestos, liberalizar la economía y suprimir burocracia y regulación. Punto y final al socialismo.
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