Es casi un milagro que en un país latinoamericano haya ganado la Presidencia de la República en elecciones libres un empresario como Piñera cuyo patrimonio se calcula en más de 1.000 millones de dólares. Nada es tan típico del subdesarrollo como la satanización del empresario, considerándolo un explotador, corruptor y enemigo de los pobres. Un indicio de lo avanzado que está Chile sobre el resto del continente es que los electores chilenos parecen haber comprendido que un empresario privado, si tiene éxito en buena ley, es decir, en un régimen de legalidad y libre competencia -no gracias a tráficos mercantilistas ni privilegios monopólicos- es fuente de creación de empleo y de riqueza y que sus éxitos revierten sobre el conjunto de la sociedad.
El día que nos despedimos en Santiago, tres días antes de la elección, pregunté a Sebastián Piñera cuál querría que fuera su mejor contribución en el gobierno si ganaba las elecciones. "Dar un impulso decisivo a nuestro plan de ocho años, para crecer a un promedio de 6% anual, algo perfectamente realizable. Si lo conseguimos, la renta per cápita, que es ahora de 14.000 dólares se habrá incrementado a 24.000. Habremos alcanzado a Portugal". Chile habrá dejado entonces el subdesarrollo y será el primer país de América Latina en incorporarse al primer mundo.
Por Vargas Llosa, no El País.
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