El harakiri es una noble tradición japonesa en la que militares, políticos, empresarios y a veces escritores (como Yukio Mishima), avergonzados por fracasos o acciones que, creían, los deshonraban, se despanzurraban en una ceremonia sangrienta. En estos tiempos, en que la idea del honor se ha devaluado a mínimos, los caballeros nipones ya no se suicidan. Pero el ritual de la inmolación se mantiene en el mundo y es ahora colectivo: lo practican los países que, presa de un desvarío pasajero o prolongado, deciden empobrecerse, barbarizarse, corromperse, o todas esas cosas a la vez.
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América Latina abunda en semejantes ejemplos trágicos. El más notable es el de Argentina...
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Otro caso emblemático del harakiri político es el de Venezuela
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El harakiri no es una especialidad tercermundista, también la civilizada Europa lo practica, de tanto en tanto. Hitler y Mussolini llegaron al poder por vías legales y buen número de países centroeuropeos se echaron en brazos de Stalin sin mayores remilgos. El caso más reciente parece ser el de Grecia, que, en elecciones libres, acaba de llevar al poder —con el 36% de los votos— a Syriza, un partido demagógico y populista de extrema izquierda que se ha aliado para gobernar con una pequeña organización de derecha ultranacionalista y antieuropea.
Mario Vargas Llosa
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